Fueron mis noches de soledad las que me hicieron entender todo, el estar vacío en la habitación y en el corazón. Fueron esos momentos de ansiedad y tristeza donde encontré el valor que me faltaba para seguir adelante, fueron los temores de una vida sin alguien a mi lado las que me hicieron crecer y saber que podía continuar. Veía el camino un poco obscuro, pero tenía que caminar, todos tenemos uno, y solos o acompañados se debe caminar, ya no podía esperar a nadie. Tenía desconfianza de seguir. Pensaba que sin alguien que me acompañara, no habría por donde caminar sin que dolieran las espinas de la ausencia.
Pero miraba de frente; siempre y a lo lejos, miraba una luz, esa luz que siempre pensé que seguías siendo tú, como lo fuiste cuando estuviste aquí, pero no, cuando ya no estabas, supe que me había equivocado y lamentaba eso. Pero cargando con eso, decidí continuar, caminé por noches y días, por semanas y meses, y en el camino me iba encontrando seres humanos maravillosos, personas que me ayudaron, que me brindaban un poco de pan y bondad, un vaso de agua y su atención, algunas de ellas me pedían que me quedara, que con ellas iba a estar bien, nunca lo dudé, sabía que tenían razón, pero seguía aferrado a mi camino. Besé sus frentes, agradecí y seguí, y ahí iba, siguiendo mi instinto, preguntando que había para mí en esa luz que ya no se miraba tan lejana.
Y continué, algunas veces dolía, otras; me olvidaba de todo y disfrutaba el momento. Entendí que así es la vida. Me hizo frío, me aislé por mucho tiempo, quería estar solo y tal vez aún lo deseo en ciertas formas, en ciertos sentidos. Todo es un camino, y el mío sigue su curso, el tuyo, y el de los demás.
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