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Sin daños, sigo mi viaje.

Tan alto puse el pedestal, 
tanta fue la admiración, 
tantos esfuerzos vacíos, 
tanto que me leíste.

Tanto que intenté apoyarte, 
tantas noches pidiendo a Dios 
que por fin un día todo estuviera bien, 
tanto desgaste, 
tantas llamadas de escucharte,
tantas malas decisiones. 

Todo se resume en que muchas veces
nos cuesta la vida nuestras propias expectativas 
y al final no era lo que parecía, 
o más bien, era lo que siempre había sido 
era yo quien te veía con ojos distintos. 

¿Ese domingo fue crucial o innecesario? 
Se repite la historia, 
para buscar lo que ya había encontrado,
lo que ya sabía, 
solo que esta vez ya me sé el final de la película, 
para no perder el tiempo sin sentido.
El estancamiento en ocasiones lo propiciamos
nosotros mismos, es un círculo infinito; 
nunca comienza y nunca acaba. 

Una vida rutinaria, llena de nubes grises, drogas, indecisiones, capítulos sin cerrar, 
puertas abiertas de par en par una y otra vez.
El mismo perro, con los mismos trucos. 

Sin daños, sigo mi viaje, 
confieso que cuando no estás ahora me da igual. 
Por primera vez dejó de importar, 
ya no intento arreglar todo, 
ya no me desvelo pensando, 
ya no me duele, ya no me roba la paz. 

Por fin puedo seguir. 
Ya no extraño esos domingos, 
ya no anhelo esas llamadas durante el almuerzo,
se me olvidó hasta el sabor de tu comida. 
Me gusta la vida que tengo, 
no tengo todo lo que quiero, 
pero amo todo lo que tengo. 

Te mereces un amor que sea solo para ti, 
uno que no tema desempacar sus maletas 
y te haga sentir que eres su hogar, 
su lugar seguro, no basta con decirlo...



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