En ocasiones, la soledad es tan necesaria. La soledad acompaña, la soledad protege, la soledad derriba muros, mejoras ambientes, genera paz, quita preocupaciones, en ocasiones la soledad puede ser la mejor compañía. La soledad no trae calma ni dolor, la soledad sólo está ahí para envolvernos cuando todos se van, o bien; cuando no queremos que estén.
La soledad, la triste y buena soledad dibuja lazos donde puedo ser yo, sin máscaras, sin escudos ni armadura alguna. Todos necesitamos días de soledad, y si bien es cierto los identificamos como días grises, en medio de la soledad podemos encontrar nuestras mejores versiones, podemos encontrarnos a nosotros mismos, podemos invitar a entrar a aquel que siempre está con nosotros y nunca se va.
La soledad se vuelve amigable y hasta le tomamos cariño, cuando no tenemos a nadie cerca, hay menos posibilidades de que alguien nos hiera o nos haga daño, la soledad nos desconecta del mundo y nos asincera, nos muestra cuan vulnerables somos. La soledad se muestra como un gran descanso, donde sus frías tardes nos sanan, sus noches nos atrapan y sus madrugadas nos cobijan, como quien busca una fuente en el mas ardiente desierto.
La soledad quizá es la más fiel de mis compañeras y aunque en el pasado era uno de mis grandes miedos, hoy día la disfruto hasta el último segundo. ¡Bendita soledad, como me has cambiado!
Mientras tanto, en mi soledad te espero; como diría mi viejo amigo de letras: "te espero cuando miremos al cielo de noche, tú allá y yo aquí.".
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